sábado, 11 de agosto de 2012

El Licantropo Como Híbrido


Es raro que en las leyendas de hombres lobo no figure como el origen de estos un ayuntamiento bestial, una cópula lateral y quimérica, ya que la quimera es el ayuntamiento imposible de los diversos. Y, sin embargo, el que ese ayuntamiento haya debido ocurrir mas de una vez desde la (para nosotros) noche cerrada del paleolítico es casi una certeza.

Desde que los lobos se acercaron a la hoguera, al hogar humano, se entronizó una mixtura, se constituyeron manadas mixtas entre dos seres, entre dos castas que ofrecían modelos de conducta tan parecidos que devinieron asimilables. Cazadores ambos nómades, comunitarios y cooperativos que unieron sus estructuras y ensamblaron sus jerarquías mas que troquelarse en linajes paralelos. La manada que recorría el valle ya no fue mas, entonces, de hombres o de lobos; fue, en algún sentido, una horda quimérica, también una mixtura.

Cuando el hombre se hizo sedentario y denostó (simbólicamente) al paleolítico del que había emergido, el lobo se hizo símbolo del mal, pero el perro se había quedado con nosotros a este lado del cerco de los propietarios. El hombre lobo es maligno, o bien una pobre y patética víctima de maldición, porque en su figura se señala el pasado aborrecido del cual la especie desde el neolítico se fuga hacia adelante. La obsesión por el futuro, por el progreso, que huye del pasado y reniega del presente, encuentra su exorcizado lastre en la imagen del monstruo. Es la abominación del espejo en el cual alguna vez se vislumbró un reflejo complacido. El perro se transforma en el compañero del nuevo orden doméstico y terrateniente, en el guardián del rebaño – que ha suplantado a la horda de ungulados salvajes, la carne libre de las praderas a la que acechaban tanto los cánidos como los hombres del paleolítico, cazando a veces en colaboración – y en el perseguidor del lobo. Incluso cuando el perro participa en la (atávica) aventura de la caza, lo hace participando en una suerte de lujosa re-creación de lo que una vez fue cotidiana forma de vida. La caza de necesidad ha pasado a ser deporte.

El cánido original se escinde engendrando a su doble especular: de un lado el lobo, del otro el perro. Esta escisión es la quimera al revés, el reflejo de un reflejo, lo que responde, separándolo, al ayuntamiento y conjunción monstruosa que ha dado vida al hombre lobo. Si esa cópula es vista como mala, entonces la separación – que es el precio de conservar al perro en el mundo “humano” – deviene buena. Domesticar es así humanizar al animal, pero humanizarlo en un sentido neolítico, en el que es negada la animalidad propia del hombre. La cópula bestial de los orígenes no es jamás mencionada. Por una parte, el ayuntamiento carnal, sexual y concreto entre miembros de especies distintas es apenas una anécdota en el efectivo y en verdad significativo ensamblaje de las mismas en la noche tormentosa del paleolítico. Por otra, su ocultamiento vergonzante responde al carácter propiamente asignado al hombre lobo, sombra junguiana que se anatematiza y exorciza, proyectándola en la pantalla del cine.
Imagen IPB

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